miércoles, 22 de marzo de 2017

El profe de yoga (2a parte)

Profe de yoga dando claseLlegó el día de la clase de yoga.

Le pedí a Antonella si me dejaba usar su depto para la clase, por que el mío todavía es medio un desastre (no tanto como cuando recién me mudé, pero desastre al fin). El de ella es más grande, está más ordenado y además, está acondicionado para el ejercicio de su profesión; esto quiere decir que se puede ambientar con luces bajas, música, fragancias, etc. Y tiene una alfombra mullida, así que se puede usar el piso para hacer yoga sin necesidad de colchonetas. Le ofrecí pagarle una tarifa como la que le pagan sus clientes, pero se negó rotundamente. Dijo que le interesaba presenciar la clase, aunque no fuera a hacer los ejercicios.

Otra razón por la que le pedí el depto (tengo que admitirlo) fue que me daba miedo que viniera a mi casa un tipo que conocí por el chat. Antonella, en cambio, está acostumbrada a recibir extraños, y seguramente tiene prevista alguna forma de defend
erse en caso de que le caiga algún loco violento.

Yo me vestí con ropa cómoda, siguiendo los consejos del profe: una calza no demasiado ajustada y un remerón.

Estamos tomando unos mates con mi amiga cuando suena el timbre.



-Yo atiendo -le digo a Anto.

Abro la puerta y ahí está el Yogui: un tipo alto, flaco, cincuentón pero bien conservado, vestido con una musculosa floja, un pantalón como de artes marciales y sandalias. Lleva un morral de tela con motivos hindúes. Me mira con una sonrisa serena.

-Más té -me dice, agachando un poco la cabeza y juntando las manos a la altura de su pecho como quien pide por favor-. Soy Ricardo, el profesor de yoga.
-Si, pasá. Yo soy Fátima.

No sé qué me quiso decir con “más té”, pero no le doy bola.

-Permiso -dice mientras entra en el depto caminando con tanta serenidad que parece flotar.
-Ella es Antonella, la dueña de casa -le señalo a mi amiga.

Ricardo se acerca a Anto y adivina su ceguera; para saludarla la toma de las manos, en lugar de hacerle una reverencia como hizo conmigo.

-Na más té --dice el profe.
-Na más té --contesta Anto.

Casi les pregunto si quieren té; después me enteré que esa palabra es como un saludo hindú. Menos mal que me callé la boca.

-Las dos van a tomar la clase?
-No -aclara Anto-. Yo sólo voy a presenciar.
-Muy bien -acepta el profe-. Si querés podés participar en la meditación al final de la clase. No hay que hacer nada, sólo relajarse y escuchar mi voz.
-Dale, en eso sí me prendo.
-Genial. Perdoname, tenés dónde poner música?
-Si por supuesto. Ahí está el equipo. Fati, lo ayudás?
-Obvio, vení Ricardo.

El profe pone una música hindú súper tranqui y relajante, después enciende un incienso y empezamos la clase.

Me va enseñando asanas (posturas) para estirar las articulaciones y los músculos, para aflojar tensiones, para lograr equilibrio (cosa que yo no logro, por que tambaleo y me caigo de forma vergonzosa), para mejorar la concentración, etc.

El profe va explicando cada postura y guiándome sin descuidar ningún detalle.

-Cerramos los ojos. Inspiramos profundamente, inflando el abdomen. Muy despacio. Ahora exhalamos muy lentamente, llevando los brazos hacia atrás, extendidos, metiendo la panza y apretando el ombligo...

Habla con una voz que me relaja con sólo escucharlo. A pesar de la dureza de mis articulaciones, la voy piloteando bien (ponele) hasta que me toca hacer una postura que es un nudo marinero. Mal.

-...nos sentamos con las piernas cruzadas. Giramos el torso lentamente hacia la derecha, inspirando profundamente. La mano derecha se apoya en el piso, el brazo estirado, bien hacia la derecha. Intentamos mirar la punta de los dedos…

En ese punto siento un espantoso tirón que me recorre desde el cuello hasta el hombro derecho. Pego un grito y me caigo al suelo llorando de dolor. Al pobre profe se le va la serenidad al demonio y se me acerca asustado a ver qué me pasa.

-Qué pasó? -pregunta Anto, preocupada.
-Nada, un tirón -le digo con la voz ahogada.
-A ver, permitime -dijce el profe agachándose y tocándome suavemente el hombro con dos dedos.
-Seguro que es por la computadora -le explico, todavía con la voz ahogada.

Dolor de cuelloEl profe no dice nada. Sigue examinándome con los dedos. Después de un rato va a buscar algo a su morral.

-Te voy a pasar una loción. Te vas a tener que levantar la remera. Antonella, la podrás ayudar? Por que no creo que pueda levantársela sola.
-Claro -dice Anto, acercándose-. A ver Fati, déjame que te ayude.
-Sacámela, va a ser más fácil.

No hubiera tenido problema de ponerme en bolas, si era necesario para que me sacara ese dolor.

Me quedo acostada boca abajo con el torso desnudo, esperando a que el profe haga su magia. Escucho que se frota las manos con algún ungüento. Siento un olor fuerte, no feo como el ratisalil, es más bien como un olor a hierbas, pero muy penetrante.

Enseguida siento que me frota el hombro con el ungüento. Un calor empieza a esparcirse desde mi hombro derecho. Noto que el dolor empieza a aflojar lentamente. Lanzo un ruidoso suspiro de alivio.

-Antonella -dice el profe después de masajearme un poco-, te voy a pedir si le podés apoyar las manos acá…
-Yo?
-Sí por favor.

Apenas Anto apoya sus manos en mi hombro entiendo por qué el profe se lo pidió. Como ella estaba quieta, sus manos están frías. Al entrar en contacto con mi piel, el dolor se va inmediatamente, y en su lugar queda puro placer. Suelto otro suspiro, más ruidoso que el anterior.

-Cuánto tiempo? --pregunta Anto.
-Unos segundos nomás es suficiente.
-No, quedate un poquito más, porfa -le pido.
-Sí mi amor -acepta Anto con una risita.

Quisiera quedarme un rato así, pero hay que terminar la clase, así que después de disfrutar un minuto me incorporo y me pongo la remera.

-Gracias a los dos, no sé qué hicieron pero me siento como nueva.
-Muy bien, pero vamos a dar por terminada la clase, tenés que cuidarte ese hombro. Te va a convenir buscar otra postura para usar la compu.
-Está bien profe, como usted diga.
-Es una recomendación nomás -se ríe-. Ahora nos vamos a acostar en el suelo, boca arriba, las piernas separadas y las palmas de las manos mirando hacia arriba. Vos también Antonella, si querés.

La dueña de casa acepta y se acuesta en la alfombra tal como lo indicó el profe.

-Ahora vamos a hacer yoga nidra, una práctica de meditación, es como un sueño lúcido, en el que nuestra consciencia se independiza de los estímulos sensoriales. Cerramos los ojos. Vamos a aquietar la respiración, inspirando y exhalando lenta y profundamente por la nariz, mientras vamos relajando todos los músculos del cuerpo uno por uno, desde los dedos de los pies hasta la coronilla. Una vez lograda la relajación vamos a elegir un sankalpa.

“Un qué?”, pienso, pero no digo nada.

-El sankalpa es un propósito personal -explica el profe, como si me hubiera escuchado-. Elegimos algo que querramos lograr. Lo vamos a decir mentalmente tres veces, en forma breve y en tiempo presente...

Me agarró desprevenida. Qué puedo ponerme como un propósito personal? Mmm… está difícil...

La voz del profe me lleva hacia una relajación cada vez más profunda, hasta que quedo casi dormida. Pero lo sigo escuchando.

-Nos vemos a nosotros mismos en una isla desierta. Es un lugar paradisíaco. Estamos desnudos. Caminamos por la playa, sentimos la arena caliente en las plantas de los pies, el agua fresca de mar que con cada ola baña a nuestros pies…

Dejo de escuchar la voz del profe y mi imaginación empieza a fabricar mi propia historia. Estamos los tres, Antonella, el profe y yo, caminando desnudos por la playa. El sol se está ocultando y ya asoman las primeras estrellas. Nos sentamos en la arena con las piernas cruzadas y nos tomamos de las manos formando un triángulo.

Miro alternativamente al profe y a Anto, y ellos me miran. Antonella también. Puede verme y está feliz.

Meditando en la playa
Una energía en forma de luz empieza a formarse y a crecer en mi sexo. Luego sube despacio por mi columna vertebral. Veo la misma luz subiendo en los cuerpos de Anto y del profe como si fueran transparentes.

La luz me llega hasta la coronilla. Todo mi cuerpo ahora es luz, y también los del profe y Anto. Nos fundimos en una única luz.

-...vamos volviendo a este cuerpo, a este aquí y ahora. Escuchamos el ruido de nuestra propia respiración. Vamos moviendo las manos, los pies…

La voz del profe me trae de vuelta a este mundo. ¿Qué acaba de pasar? ¿Qué fue ese viaje?

-...nos sentamos muy lentamente, abrimos los ojos…

Hago lo que dice el profe. Al abrir los ojos la miro a Anto, a ver si ocurrió un milagro. Pero no, sigue ciega. Aunque tiene una gran sonrisa en su rostro. Quizás soñó lo mismo que yo.

Lo miro al profe. Otra vez con su sonrisa serena, con las manos juntas y la cabeza gacha.

-Namaste.
-Namaste -decimos a coro Anto y yo.

Cuando terminamos de despabilarnos, Anto y yo estamos eufóricas. Adivino que quiere que el profe se vaya para contarme lo que alucinó durante el yoga-nidra. Le ofrece quedarse a tomar algo, pero sé que lo hace de compromiso. De todos modos él no acepta, alegando que se tiene que ir y prometiendo que si viene otra vez sí va a aceptar quedarse un rato. Tampoco acepta que le paguemos, recordándome que me había dicho por chat que la primera clase era gratis.

Lo acompaño a la puerta, sintiéndome la dueña de casa. Lo saludo, cierro la puerta y vuelvo con Anto. Ella está de pie, seria, con la respiración un poco agitada. Esperándome.

Pienso en decir algo pero decido que es mejor quedarme callada. Acerco mi cara a la suya. Le acaricio la mejilla y junto mis labios con los suyos, fundiendo nuestras bocas en un beso interminable.

Estoy enamorada, ya no me quedan dudas. Parece que mi sankalpa se cumplió nomás. Estoy en el horno.


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