viernes, 29 de diciembre de 2017

Regalos de navidad

Recibí unos cuantos regalos, todos ellos muy útiles y todos dentro de la misma categoría: ropa para embarazadas y para nuevas mamás. Pantalones con cintura elastizada, bombachas dos talles más grandes de lo que uso normalmente, corpiños para amamantar, etc. Ah, y un libro sobre “cómo disfrutar del embarazo”.Todo lo necesario para adaptarme a mi nuevo rol y mi nueva vida.

Panza de siete semanas
No más tanguitas, ahora... bombacha de embarazada
Mi cuerpo ya empieza a evidenciar la necesidad de estas cosas. Mis tetas están más grandes y redondas; mi panza empieza a asomarse de a poquito; mis caderas están más anchas, y obviamente estoy subiendo de peso. De estar casi desnutrida estoy en camino de convertirne en una ballena.

En el libro que me regalaron leí que después del primer trimestre se producen cambios hormonales que aumentan la libido. En mi caso no tuve que esperar tanto. Mi libido ya está como loca, y apenas estoy en el segundo mes. Es una suerte que me tengan acá encerrada, sino me cojeria a todo lo que se me cruce. Pero estando acá, sola y bajo la vigilancia de mis padres no me queda otra que disfrutar del consolador que llegó de mi antiguo depto, mezclado entre las cosas de fotografía. Estoy recordando mis épocas de adolescente, cuando había perfeccionado el arte de masturbarme a escondidas en distintos lugares de la casa de mis viejos. Ahora uso mucho el espejo; me encanta ver cómo mi cuerpo está más redondeado, menos “puntiagudo” de lo que solía ser. Hasta mi piel parece estar más suave y tersa.


Masturbándome con panzaMe gustaría tener a alguien a quien mostrarle mis cambios y con quien compartirlos. Pero por ahora me tengo que conformar con disfrutarlos yo solita.

Me encanta particularmente acariciarme la panza. Espero ansiosa a que se ponga más redonda para acariciarla mejor. También estoy ansiosa por sentir la primera patada. Pero todavía falta un poco para eso.





domingo, 24 de diciembre de 2017

Salir del pozo

Sigo escribiendo en papel, como cuando estaba secuestrada en la fábrica. La diferencia es que acá escribo en papel blanco, en lugar de usar las hojas amarillentas de los biblioratos. Y que me dan de comer y me dan todo lo que necesito. Menos mal... son mis padres, no una pareja de secuestradores. Pero lo que aún no tengo es libertad; sigo encerrada, aunque sin una cadena alrededor de mi cuello.

Ecografía Francisco o FranciscaTodas las semanas veo a varios doctores. Todos ellos se preocupan por mi bienestar, pero ninguno me dice cuándo voy a estar bien. Cuándo mi vida va a volver a ser como era. Estoy empezando a creer que eso nunca va a pasar.

Me pregunto si algún día voy a volver a trabajar sacando fotos, si voy a volver a modelar, a estar con gente. Si algún día voy a volver a reír. A uno de mis médicos le escuché decir algo de caer en un pozo depresivo. ¿Alguien me presta una escalera?

Hasta hace unos días sentía que mi única función en el mundo era ser una incubadora para este bebé que llevo en la panza. Que una vez que naciera, ya no tendría razón para vivir. Eso sentía hasta el día de la ecografía. Cuando escuché latir su corazón todo cambió. Recién entonces me dí cuenta de que todo esto es más que un par de rayitas en un evatest. Me dí cuenta de que soy una mamá, de que esta persona que llevo adentro algún día me va a mirar a los ojos y va a decirme “mamá”. Esa fue la escalera para salir del pozo. Bueno, quizás no una escalera; más bien fue un banquito para subirme y asomar la cabeza un poco hacia afuera del pozo. Pero es algo.

No sé si pasaré una feliz navidad, pero sé que la pasaré con gente que me quiere y a quienes quiero, que no es poco. Alguien dijo que para ser feliz, el primer paso es empezar a quejarse menos. Así que nada de quejas. ¡Que tengan una feliz navidad!


sábado, 16 de diciembre de 2017

¿En qué siglo estamos?

No puedo creer que mis viejos me hayan tendido una trampa. O que hayan estado de acuerdo con lo que hicieron mi tía y su marido: me trajeron a su hijo para presentármelo. En serio, ¿en qué siglo estamos? Pensé que eso de querer arreglar matrimonios ya no se hacía más.

Resulta que mis tíos vinieron a cenar, por que hacía mucho que no nos visitaban, además querían saludarme, felicitarme por el embarazo, qué se yo, todo lindo. Pero se cayeron con este tipo de cuarentayalgo, recién divorciado, hijo del novio de mi tía, que se la pasó hablando de lo bien que le va en sus negocios. Aparte para cenar acomodaron los lugares en la mesa como para que este hombre se sentara al lado mío. Parecía una película cómica. Voy a tener que hablar seriamente con mis viejos para ver si ellos fueron cómplices o tuvieron algo que ver con esto.

Y les voy a aclarar que no necesito un marido y que mi hijo o hija no va a necesitar un padre. Yo voy a ser su madre y su padre. Sé que ningún posible padre va a estar a la altura de mis expectativas. Quizás cuando ya no sea bebé, y la figura paterna empiece a ser más importante en su psicología, tal vez ahí sí acepte integrar a un hombre en mi familia (qué raro suena... "mi familia"). Pero al principio al menos, prefiero hacerlo sola; a lo sumo aceptaré ayuda de mis viejos... siempre y cuando estén de acuerdo en no buscarme pareja.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Mensaje para Marcos Greco

El Evatest confirmó lo que venía sospechando desde hace unos días: Marcos, vas a ser papá.

Evatest positivoNo te escribo esto para pedirte o reclamarte nada. Lo hago simplemente por que creo que corresponde que lo sepas, y no se me ocurre otra forma de hacerte llegar el mensaje. Quizás algún día quieras conocer a tu hijo. Me gustaría que lo hicieras. Pero vos solo, sin que se le acerque tu mamá ni tu padrastro.

Cuando vi el Evatest entré en un estado de shock. Hice lo que haría cualquier adolescente de treinta años como yo: me fuí de casa. Me olvidé del miedo de salir a la calle. También me olvidé la plata, los documentos y hasta la tarjeta SUBE. Caminé hasta la estación, subí al tren y aparecí en mi antiguo barrio.

Caminé por sus calles. Pasé por la verdulería donde había comprado los pepinos, por el frente del departamento de Antonella. Di la vuelta y me quedé mirando el frente de mi departamento. No me animé a entrar.

“¿Por qué?”, le grité al barrio. Y el barrio me contestó.

Empecé a mirar alrededor. Por todos lados había mamás con bebés o con chicos chiquitos. En brazos, en cochecitos o caminando dificultosamente de la mano.

Todas estaban vestidas con ropa de entrecasa. Jogging, remerones, alpargatas, ropa cómoda pero para nada sexy. Sin maquillarse y sin peinarse. Casi tan desaliñadas como yo. Pero mágicamente se volvían hermosas cuando cruzaban miradas con sus bebés y sonreían.

Esa belleza voy a tener yo cuando mire a mi bebé. Voy a descuidar del todo mi aspecto físico, y no me va a importar. Por que cuando mi mirada se cruce con la de mi bebé me voy a sentir hermosa.

Entonces entendí lo que el barrio me decía. Lo que me estaba dando no era una condena sino un regalo.

No sé si mi estado mental es el más adecuado para ser mamá. Podrán decirme que soy irresponsable al querer conservar a mi bebé. El psicólogo quizás me advierta que la sola existencia de mi hijo va a mantener vivo el recuerdo de esos días de sufrimiento y de mi intento de suicidio. Pero sé que será al revés: al ver a mi bebé voy a recordar que un día, cuando ya no había esperanzas, cuando estuve al borde de la muerte, elegí vivir.

Cuando volví a casa, mis padres estaban histéricos (y con razón). No sabían si abrazarme o darme un cachetazo. Mi mamá tenía el evatest en la mano. Lo había encontrado en el tachito de basura del baño.

Me desmoroné. Me senté en el suelo y lloré sin consuelo.

Mi mamá fue la primera en acercarse a abrazarme. Enseguida se sumó mi viejo. No dijeron nada. No me preguntaron nada. Sabían que no era momento para hablar. Solamente me rodearon con sus brazos, igual que el día en que nací.

El destino eligió este momento para convertirme en mamá, así que no me voy a oponer. Voy a hacer lo que sea por mi hijo. Eso significa que voy a tener que aprender a cuidarme, voy a tener que madurar y recuperarme, y estar en plenas condiciones para él. O para ella.

Qué raro se siente. "Mi hijo". Hasta es raro decirlo. Hasta hace unos días no me parecía ni remotamente posible. Hoy siento que es exactamente lo que necesitaba.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Recuperación

Quisiera decir que la historia de mi secuestro tuvo un final feliz, pero los días posteriores al rescate no fueron precisamente muy felices. Pensé que había logrado escapar de ese infierno, pero el infierno continúa. Todas las noches tengo pesadillas en las que siento que me asfixio. No puedo despertar de esas pesadillas debido a que necesito pastillas para dormir. Estoy atravesando un lento tratamiento psiquiátrico para ver si vuelvo a mi vida normal.

Tengo pánico de salir a la calle. Estoy viviendo en casa de mis padres y no voy a volver a mi depto.
No sé qué haré de aquí en más. No tengo planes. No sé qué haré con este blog. Ya no habrá más historias desde el balcón, por que ya no hay balcón.

No más fantasías sexuales, no más exhibicionismo, no más juegos de dominación, no más trabajo de modelaje. Era cierto que el mundo no estaba listo para mí.

Voy a seguir escribiendo y publicando aquí lo que se me cruce por la mente, por que me hace bien. Es una buena terapia, la recomiendo. Pero les advierto que muy probablemente se aburran leyéndome.

Sé que hay unos pocos que me entienden, me siguen y me brindan una amistad incondicional. Sepan que son enormemente importantes para mí, y por ustedes voy a hacer mi mayor esfuerzo por seguir volcando mi corazón en estas páginas. Los quiero, de verdad.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Regreso del infierno

Obviamente no tuve éxito en mi intento de suicidarme. Esta parte del relato la estoy escribiendo en la casa de mis padres, a salvo ya de los viejos asesinos.

Me cuesta muchísimo relatar mis últimos momentos de encierro. Pero tengo que hacerlo para sacarlo de mi cabeza.

Cuando decidí que ya no había esperanzas, ejecuté el plan que había estado ideando desde la humillante cena del sábado pasado.

Empujé la estantería hasta que quedó tapando el gancho del que se agarraba la cadena. La aparté de la pared un poco; lo suficiente como para meterme entre la pared y la estantería. Estaba tan flaca que no hacía falta mucho espacio.

Actuaba sin pensar; sabía que, si pensaba, me iba a arrepentir.

Trepé los estantes hasta llegar al de arriba de todo. Me senté en él esperando que pasara algo que me detuviera. Cualquier cosa. Pero no pasó nada. La habitación se estaba oscureciendo poco a poco. En una hora iba a estar completamente a oscuras.

Era muy simple. Sólo tenía que dejarme caer, para que la cadena se tensara, sostenida por la estantería, y todo mi cuerpo quedara colgando de mi cuello.

Hasta que al fin lo hice.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que perdí el conocimiento. Recuerdo que mi mente empezó a disparar imágenes, como una presentación de diapositivas a gran velocidad. En esas imágenes yo reconocía cada rostro, cada lugar, cada situación. Hasta que la presentación se detuvo en una única imagen. Eran las caras de mis padres. Pero no como están ahora. Más jóvenes. Treinta años más jóvenes. Yo estaba en brazos de mamá. La mano temerosa de mi papá acariciaba mi mejilla con toda la delicadeza que podía. Los dos tenían lágrimas en los ojos y enormes sonrisas.en sus bocas.

No era justo para ellos. Tenía que vivir.

Tal vez logré sacudir mi cuerpo y eso hizo que la estantería cayera, o tal vez cayó simplemente por que mi peso la hizo inclinarse y perder el equilibrio. De pronto yo estaba tirada en el piso y la estantería caía sobre mí. Por suerte no era muy pesada, por lo que sólo me hizo rasguños y moretones.
En cuanto el aire empezó a pasar de nuevo por mi garganta empecé a toser convulsivamente, hasta que mi respiración se normalizó.

Escuché ruidos en la habitación de al lado. Empecé a gritar los insultos más aberrantes que se me cruzaron por la cabeza, pero de mi boca sólo salían ronquidos. Otra vez empecé a toser.

La puerta se abrió. Quienes entraron no eran ni la vieja, ni el viejo, ni Marcos. Eran dos hombres que no conocía y que se asustaron al verme tirada en el piso. Se acercaron. Me hablaban pero yo no les contestaba. Me sacaron la estantería de encima y me llevaron hasta la cama. Uno de ellos le indicó al otro que trajera algo. El otro se fue y volvió con una tenaza que usó para cortar la cadena. Toqué mi cuello. Lo tenía muy lastimado y me dolía horrores, pero no podía creer que no tuviera nada atado a su alrededor. Lloré, lloré muchísimo.

jueves, 7 de diciembre de 2017

Estadía en el infierno - Día 6

Anoche mientras estaba escribiendo mi diario escuché el ruido de la puerta y me apuré a esconder todo abajo del colchón. No podía ser ninguno de los viejos por que el coro de ronquidos en el cuarto de al lado estaba a pleno. Era Marcos. Me traía un fuentón con agua caliente, esponja, jabón, champú y una toalla.

“Te traje por si te querés bañar”, dijo en voz baja, mientras yo lo miraba atónita.
“¿Tu mamá te dijo que me trajeras todo esto?”
“No, fue idea mía”.
“Pero si se entera te va a matar”.

Me contestó encogiéndose de hombros. Estaba dándose vuelta para irse pero yo lo frené.

“Esperá. Vení”.

Marcos dudó y después dio unos pasos temerosos hacia mí.

“Vení, ayudame”, le dije mientras me desnudaba y me metía en el fuentón.

El agua tibia se sentía increíble. Le di la esponja y el jabón a Marcos. Él me empezó a lavar con cuidado mientras yo le decía dónde tenía que enjabonar. Me hubiese gustado tener una maquinita para depilarme. Ya tendrá oportunidad Marcos para descubrir que las mujeres no siempre tenemos las piernas tan peludas.

Le dije que me alcanzara la toalla mientras me ponía de pie. Con gestos le indiqué que me envolviera con ella. En cuanto se acercó para rodearme con la toalla le agarré la cara y lo besé en la boca. Separé sus labios con mi lengua y prolongué ese beso durante un largo rato. Pensé que si nos veía la vieja me iba a clavar un cuchillo en la garganta.

Lo desnudé rápidamente y lo arrastré hasta la cama. Lo abracé y me dejé caer en el colchón para que él cayera sobre mí. Rodeé su cintura con mis piernas y su espalda con mis brazos.

Debe haber durado unos 15 segundos antes de acabar. Pero yo no lo soltaba, lo seguía abrazando con fuerza. Quería seguir sintiendo su cuerpo pegado al mío. No quería quedarme sola otra vez en esa habitación. Traté de contener el llanto hasta que no aguanté más. Marcos empezó a moverse para zafar de mi abrazo y finalmente logró soltarse. Se vistió rápido y salió en absoluto silencio, llevándose todo lo que había traído. Me quedé sola otra vez. Me enrosqué sobre mí misma y seguí llorando hasta quedarme dormida.

Hoy empezaron los ruidos de la fábrica a la hora de siempre, casi al mismo tiempo que las protestas de la vieja en el cuarto de al lado. Pero esta vez se escuchaba la voz del viejo también. Discutían, pero los ruidos de la fábrica no me dejaban entender qué pasaba. Después de un rato no escuché más discusiones.

Son más de las 12. En la fábrica empezó el silencio del horario de almuerzo. Estoy golpeando la pared para que me traigan la comida pero no me dan bola. Los puteo, especialmente a la vieja, para ver si reaccionan, pero nada. Me duele la mano de darle golpes a la pared.

Terminó el horario de almuerzo y no hay noticias de mi comida. Me muero de hambre y de sed.

Esto va a ser lo último que escriba en mi diario. Son las siete de la tarde. La habitación se está oscureciendo. La fábrica está en silencio y al lado no hay nadie. Los viejos se fueron y me abandonaron para que me muera de hambre. Pero no les voy a dar el gusto. Si en algún momento vuelven me van a encontrar colgada de la cadena que rodea mi cuello. Espero que todo esto que escribí sirva para meter en cana a esta pareja de psicópatas por unos cuantos años.

En cuanto a Marcos, espero que te haya quedado un lindo recuerdo de anoche. Perdón por no querer dejarte ir. Ruego que no seas vos quien me encuentre muerta.

Hasta siempre,
Fati

martes, 5 de diciembre de 2017

Estadía en el infierno - Día 5

Estadía en el infierno - diario del día 58 de la mañana. Sé que terminó el fin de semana largo por que volvieron los ruidos a la fábrica. Hace un rato empecé a golpear la pared y a gritarles que me maten de una vez.

11 de la noche. En todo el día no pude escribir mi diario. La vieja notó que me estoy poniendo medio chapa y decidió quedarse a vigilarme ella misma. Debe tener miedo de que me mate en serio. Estuvo bueno porque se trajo un televisor y pude ver las novelas y el noticiero.

Cada tanto la bardeaba un poco, le cantaba cumbia, en un momento le pregunté si su marido le había contado que le chupé la pija. Ella sabía que era mentira, pero no le gustaba nada que se lo dijera. Así que se lo preguntaba a cada rato. “¿No te dijo el gordo si le gustó cuando le chupé la pija?”. Le empecé a hacer la guerra psicológica y eso me dio un motivo para mantenerme lúcida.

“¿Soy la primera que van a vender o ya vendieron otras minas antes? Debo ser la primera por que me parece que no tienen mucha experiencia en este negocio”.
“¿Por cuánto me van a vender? Decime, total no te voy a pedir comisión”.
“¿Te gusta mi olor a chivo? Para qué te pregunto, si vos estás acostumbrada, lo tenés siempre este olor”.
“¿Qué pasa si me mato? ¿Te quedás sin nada, no? ¿Por eso me estás cuidando? Ojo que en cualquier momento me mato, mirá que ya estoy re loca”

Me empecé a enroscar la cadena en el cuello.

“Mirá qué fácil, tiro de la cadena, me corto la respiración y chau plata”.

Empecé a hablar con ronquidos como si me estuviera asfixiando. Eso la sacó del todo. Se me vino encima enojadísima. Yo la aparté con una mano mientras con la otra tiraba de la cadena. Me estaba cortando la respiración en serio.

Forcejeamos, yo le arañé la cara y ella me pegó un cachetazo que me dejó los dedos marcados. Pero en lugar de quejarme o llorar, me empecé a reír a carcajadas. Se fue echando humo de furia, tenía sangre en la cara.

Yo seguí riéndome hasta que me quedé afónica. Estaba contenta de verdad, sentía que de pronto tenía una ventaja.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Estadía en el infierno - Día 4

Estadía en el infierno - diario del día 4El tiempo pasa entre sueño y vigilia. No me interesa la hora. No miro el reloj en la pared. Ya me acostumbré a mi mugre y a mi olor a chivo. Para qué quiero el jabón. Sigo escribiendo nada más que para obligarme a pensar. Es una suerte que acá no haya espejo, si no me moriría del susto.

Llueve mucho. La lluvia hace mucho ruido al golpear el techo de chapa. Y hace un frío de cagarse. ¿No se supone que estamos en primavera?

Hoy creo que es lunes. Pero no hay ruidos. Creo que es feriado. Sí, me acuerdo que la semana pasada me decían que se venía el finde largo. ¿El día de la soberanía era? No sé qué se celebra. Todos me decían: ¿te vas a algún lado el finde? Sí, me voy a encerrar en una fábrica para que una familia de locos me torturen hasta matarme. La voy a pasar genial. ¿Y vos? Qué pelotudos.

Me trajeron comida. Ensalada de papas y huevo duro. Me la comí acostada en el piso boca arriba. Me la tiraba del plato directamente a la boca. Casi me ahogo. No sería tan mala idea.

Qué música de mierda escucha esta vieja. Lo peor es que ya se me pegaron todas esas cumbias pedorras y ahora las estoy cantando todo el tiempo. Las canto en voz alta así de paso los torturo un poco con mi desafinación.

Recién se fue la vieja. Me dijo un montón de cosas pero no le entendí nada. Mientras me hablaba yo le cantaba cumbia, me cagaba de risa y ella se ponía furiosa. En un momento me pegó un cachetazo. Lloré como una nenita. Vino el viejo y se puso como loco. Nunca lo había visto enojado. Le hizo frente pero ella lo amenazó con cortarle la pija. Así que se fue como un perrito. Yo creo que es capaz de cortársela esta vieja loca.

sábado, 2 de diciembre de 2017

Estadía en el infierno - Día 3

Estadía en el infierno - diario del día 3Domingo. Anoche me bajé todo el vino que me dejaron acá. Eso me ayudó a dormir pero ese vino berreta en envase de cartón hoy me está rompiendo la cabeza. Rompí la remera de la vieja en muchos pedacitos y ahora los estoy usando como esponja para lavarme. Me cago de frío pero prefiero eso antes que tener puesta la ropa de esa vieja de mierda.

Hoy vino la vieja a traerme el desayuno. Vio que había roto su remera y se calentó para la mierda. Me gritó de todo. Me echó en cara que me había traído mate y termo para que tomara tranquila, que había comprado facturas. Me tiró las facturas por la cabeza y se llevó todo lo demás. No me dejó nada. Ni siquiera el jabón. Ahora no tengo más que la ropa mugrienta con la que vine a este infierno. Ya no tengo ni fuerzas para llorar. Me pregunto cuánto tiempo llevará morirse de hambre, qué tan lenta será la agonía. Empiezo a considerar otras alternativas para terminar rápido con este sufrimiento.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Estadía en el infierno - Día 2

Sábado. 4 de la mañana. Me despierta el frío y el coro de ronquidos que viene del otro lado de la pared. Me estoy cagando de frío. Golpeo la pared y les grito que me traigan algo para abrigarme. Amalia se despierta y empieza a putear a los gritos.

10 de la mañana. Se ve que la fábrica hoy no trabaja por que no se escuchan ruidos. La vieja me trajo una manta así que pude dormir. Ahora ya están despiertos de nuevo y ella le está gritando al marido. “Otra vez en pedo gordo de mierda son las 10 de la mañana. Andá llevale algo a la trola”. Empieza a sonar la cumbia a todo volumen.

11 del mediodía. Hace un rato Leonardo me trajo mate cocido y unos bizcochos de grasa. No me habló ni nada, se lo notaba medio hecho mierda por la resaca. Me siento hecha una mugre. Intento lavarme un poco pero sin siquiera desodorante mucho no puedo hacer. Además no tengo ropa para cambiarme, el short y la remerita ya dan asco. Intento hacer algo de ejercicio, algunas posturas de yoga, aunque con la cadena en el cuello se me hace imposible.

Siempre tuve curiosidad por saber cómo funcionaba el tráfico de mujeres. De morbosa nomás. Supongo que ahora lo voy a aprender. Lo voy a vivir en carne propia. Ojalá me compre un jeque árabe y me tenga en su harén rodeada de lujos. Pero si estos viejos hijos de puta no me cuidan un poco mejor, nadie va a dar dos mangos por mí. Voy a empezar a tener panza y las piernas y el culo se me van a poner flácidos. No voy a valer nada. Mejor, capaz que entonces me dejan libre por que nadie me va a querer comprar.

2 de la tarde. Vino Marcos y me dejó un sandwich y una botellita de agua mineral. Cuando le dije gracias se atrevió a mirarme un poquito a los ojos. Fueron unos segunditos nomás. Se quedó como dudando. Enseguida se escuchó la voz de la vieja que lo llamaba así que se fue al toque.

7 de la tarde. Hace un rato vinieron los dos viejos. Fue raro. Se pusieron a tomar mate y a hacerme compañía. La vieja estaba amable. No sé si estaba fingiendo o realmente se volvió buena por un rato. Me convidó unos mates y unas pepas. Yo estaba tan necesitada de ver gente y de tener compañía que lo acepté. Me animé a pedirle un desodorante y alguna ropa para cambiarme. Me trajo el desodorante y una remera de ella que me queda como un camisón. Después me sorprendió más todavía. Me dijo: “hoy está lindo, el gordo va a hacer asado a la noche. Le salen fenómenos, vas a ver”. No entiendo por qué tanta amabilidad de repente.

12 de la noche. Me cuesta escribir esto. No sé cuánto más bajo se puede caer. Esta familia de dementes se vinieron a comer el asado a mi habitación. Los dos viejos y el pibe. Trajeron un mesa y sillas de camping pero la pusieron lejos y yo no llegaba con la cadena. Me prepararon un plato con chorizo, morcilla y un pedazo de tira. Lo dejaron en la mesa y me dijeron que me lo alcanzaban solo si yo hacía lo mismo que en el depto: ponerme en bolas y pajearme adelante de ellos. “Total ya todos te vimos, no va a ser nada nuevo”, dijo la vieja hija de puta. Los mandé a la mierda, los putié con toda mi furia y me enrosqué en la cama a llorar dándoles la espalda. Les dije que tiren el asado a la mierda. Mientros ellos comían y tomaban vino.

Cuando terminaron de comer Marcos se llevó los platos sucios. Amalia me dijo: “es tu última oportunidad. ¿Qué hago, me llevo tu comida?”. Ni me moví. “Listo, morite de hambre entonces”. Ahí aflojé. Me levanté y le dije que espere. Me desnudé adelante de ellos y me empecé a tocar, llorando. Los dos viejos se calentaron, empezaron a besarse y a tocarse entre ellos. No quise mirarlos me daban repulsión. Al rato el viejo me acercó la mesa y la silla y se fueron. Me senté a comer sin dejar de llorar. Se escuchaban gemidos y gritos desde la otra habitación. Me pregunto si Marcos estaría ahí viendo el espectáculo.

 

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